Mucha
gente que mira a la bicicleta como una oportunidad y como un elemento necesario
para conseguir mejorar la habitabilidad de nuestras ciudades sueña con llegar
algún día a los niveles de implantación, integración y utilización de algunos
países de Europa, donde la bicicleta representa un porcentaje realmente
significativo en el total de desplazamientos diarios de las personas.
La Europa de las Bicis
La Europa de las Bicis es esa parte de
Europa donde los ciclistas son visibles en las calles, donde te encuentras
bicicletas por todos los lados, donde en las casas hay aparcabicis, donde se
pueden meter las bicicletas en los trenes con naturalidad, donde hay un buen
montón de kilómetros de rayas pintadas en el suelo a las que llamaremos
carriles bici, donde cualquiera usa la bici (mayores y menores, chicas y
chicos) para cualquier cosa.
Esa
Europa de las Bicis, que vemos idílica desde una perspectiva puramente
ciclista, tiene algunas condiciones que difícilmente podremos lograr y que
tampoco deberíamos perseguir afanosamente.
Dispersión geográfica
La
mayoría de las ciudades, grandes, medianas y pequeñas, se han desarrollado
según un modelo de urbanismo extensivo, casas individuales o pisos de pocas
alturas, con baja densidad de población, lo cual ha provocado que las
distancias sean importantes y que los servicios se hallen deslocalizados, ya
que la mayor parte del suelo es residencial.
Ciudades planas
Otra
condición que hace que la bicicleta se pueda desarrollar en estas ciudades es
su orografía. Raramente una ciudad con cuestas puede conseguir una alta
utilización de la bicicleta. De hecho, se puede ver en nuestro propio entorno.
¿Por qué las ciudades con más utilización de la bici son ciudades eminentemente
planas como Vitoria, Zaragoza, Sevilla o Valencia? Además en este tipo de
ciudades basta con que la bicicleta tenga pedales y frenos para que se pueda
utilizar, lo cual abarata mucho la decisión de utilizar la bici y la hace, por
tanto, más atractiva por su economía y simplicidad.
Escasa cultura del caminar
Teniendo
en cuenta esto, el hábito de caminar pierde su sentido de movilidad y pasa a
ser un mero ejercicio recreativo o deportivo. En este tipo de
ciudades, la
gente sólo camina en las islas peatonales que normalmente ocupan los
centros de
las ciudades, con gran éxito comercial, y donde nadie osa ir montado en
bici y no sólo porque esté estrictamente prohibido o vigilado sino
porque creen que es la única manera de conservar el carácter peatonal de
las mismas. La gente anda para eso o para hacer algo de ejercicio, en
menor grado.
La bicicleta está arraigada
En
estas condiciones, donde las zonas residenciales son extensas, donde los
recorridos habituales raramente son inferiores a 1 kilómetro, donde la
disponibilidad de suelo permite hacer vías dedicadas para los no motorizados y
donde muchas veces, dada esa dispersión, las carreteras locales cuentan con muy
muy poco tráfico, la bicicleta cobra una utilidad indiscutible y, por tanto, se
usa. Se usa y se ha usado históricamente con continuidad, lo que hace que sea
un hábito generalizado entre la población desde la infancia y que todo el mundo
comprenda la bicicleta dentro de la circulación, independientemente de dónde se
produzca ésta.
Menor violencia vial y más respeto
Es aquí
donde la diferencia se hace insalvable. En estas latitudes la gente es, por
norma, más civilizada. Entienden que el respeto es la única forma de preservar
el orden y la seguridad y así lo practican. A veces con exceso, visto desde
nuestra perspectiva. Son escrupulosos y exigentes a la hora de cumplir las
normas: esperan pacientemente en los semáforos, respetan los cedas el paso, no
acosan a los más débiles, rara vez tocan la bocina, pero también exigen
agilidad, prevención y orden. Aquí nos separa un mundo, que a veces se antoja
irreconciliable.
Menor índice de robos de bicicletas
En todo
el mundo se roban bicis. En todo el mundo se vandalizan. Sin embargo, en la Europa de las Bicis se
pueden ver bicicletas más que dignas aparcadas durante el día o la noche en una
valla o en un aparcabicis con la sola protección de una sirga mínima. Esto aquí
sería impensable y es uno de los factores más disuasorios del uso de la bici.
¿Bicis pernoctando en la calle o bicis dejadas en estaciones durante toda una
jornada? Imposible.
¿Por qué no?
Estas
son sólo algunas de las razones por las que parece insalvable la distancia que
nos separa de esa deseada Europa de las Bicis. Pero hay una razón más poderosa
que nos debería disuadir de intentar conseguirlo.
Nosotros no deberíamos perder nuestra
cultural peatonal
O al
menos no deberíamos desearlo, aunque muchas veces se puede dudar de ello, dadas
las políticas de movilidad de muchos municipios y gobiernos. El hábito de andar
no es casual en nuestras ciudades. Nuestras ciudades, nuestra cultura, nuestra
sociedad es eminentemente peatonal. Aquí se ha caminado históricamente para
desplazarse, aquí hay muchas más y mejores condiciones para hacerlo de una
forma eficiente y agradable que en la Europa de las Bicis.
Ni nuestra forma de utilizar la calle
Pero es
que aquí la vida sucede en la calle, en el exterior, en el lugar
común, en el
lugar de encuentro. Da igual que sea en un barrio o en el centro de la
ciudad. Y
eso es una condición que debería ser irrenunciable. Porque es un tesoro.
Es
nuestro tesoro y no podemos dejar que las bicicletas nos lo condicionen.
Aunque seamos amantes de las bicicletas sobre muchas otras cosas, hay
que saber dónde está el límite.
Porque
en la Europa
de las Bicis el peatón es un incomprendido fuera de las islas peatonales y sus
espacios son invadidos sistemáticamente por bicicletas en circulación que no
entienden a los peatones. Porque prácticamente no hay.
Por eso deberíamos renunciar a la Europa de las Bicis…
Esto y
la chatarrería en la que se convierten los puntos neurálgicos de las ciudades,
invadidas por bicicletas muchas veces abandonadas que ocupan grandes
superficies y afean y condicionan muchos accesos, deberían ser motivos
suficientes para disuadirnos de anhelar la pertenencia a esa élite ciclista y
orgullecernos de pertenecer a un modelo más humano, más cercano y más
relacional, que es el modelo peatonal, que deberíamos proteger a toda costa.
… para promover y preservar la Europa de las Personas