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viernes, 6 de marzo de 2015

DEFENSA A LA CRÍTICA DEL CICLISMO URBANO

Por: Sara Arango Franco (@sarangof)

Vale. Escribo esto porque siento que cada que argumento mis posiciones frente a la sostenibilidad urbana se puede leer que estoy justificando muchas cosas que en realidad me entristecen. Siendo así:

Sí, parte del movimiento “pro-bici” consiste en personas radicalizadas que se comportan como si fueran parte de cualquier iglesia. Quienquiera que no se mueve en bici, es malo. Quienquiera que sí lo hace, es automáticamente bueno. A veces hay personas excesivamente polarizadas, ni siquiera admiten que alguien utilice el transporte público o la caminata: la única opción es ser ciclista, independientemente de edad, discapacidades, ubicación, contexto…No admiten una visión compleja e integral de la realidad de una ciudad y hablan de un cierto tipo de utopía hippie que ni siquiera practican en la realidad, como en efecto hacen muchos miembros de grupos religiosos extremistas.

Peor aún, muchos ciclistas urbanos exigen (¿exigimos?) respeto cuando no están dispuestos a darlo y muchas veces los vemos pasándose peligrosos cruces en rojo, en contravía, sin luces, irrespetando a los peatones y poniendo en riesgo a los conductores de otros medios.

Esa es una realidad. Del mismo modo en que algunos ciclistas radicales no están dispuestos a entender que, como puso en palabras la mesa que inauguró el Foro Mundial de la Bicicleta: no se trata de “bicicletas para todos”, se trata de “ciudades para todos”, hay que ser lo suficientemente serios para entender que en efecto (¿casi?) nadie está proponiendo que el cien por ciento de la ciudad se monte en una bicicleta; el sueño más loco con el que en teoría está trabajando Medellín bajo el nuevo POT sería un diez por ciento.

Es importante no caricaturizar la apuesta por la bicicleta como símbolo y herramienta de la democratización de las ciudades: son pocas las personas extremistas, y cada vez sí son más las mujeres jóvenes que van a trabajar en bici, los profesores ciclistas, los ejecutivos en sus bicicletas por la Avenida El Poblado, y mejor, las personas que siempre se han movilizado en bicicleta porque no hay otras opciones viables económicamente. La mayoría de las personas que preferimos la bicicleta estamos lejos de ser esa caricatura de persona extremista.

El error es caer en la generalización. No podemos dejar que la discusión sobre la bicicleta se trivialice hasta ese extremo: así como no todo el que conduce carro es un inconsciente (y aún cuando a veces los hay, debemos entender el contexto), no todo el ciclista ni el activista de la sostenibilidad o inclusive del ciclismo urbano es un irrespetuoso que quiere que hasta la abuelita monte en bicicleta.

¿Por qué no darle las justas dimensiones al problema? Si bien sería ridículo que los sueños de los ciclistas más extremistas se cumplieran, sigue siendo una realidad que estamos dedicando el ochenta por ciento del espacio en las vías para que se movilice solamente el catorce por ciento de la población en un medio de transporte que es el más ineficiente (sólo el dos por ciento de la energía que gasta un carro está dedicada a mover a la persona que está adentro). El abuso del carro, además, está contribuyendo a que literalmente nos estemos muriendo gracias a unos niveles de contaminación que resaltan internacionalmente tanto como la innovación de nuestra ciudad.

Como todo, en nuestra Colombia tan engañada con sus delirios de democracia, no somos capaces de ver más allá del blanco y el negro: apostarle a la bicicleta y saber que lo democrático es devolverle la ciudad a los humanos no es sinónimo de ser un resentido radical. Del mismo modo, no ver la importancia de la caminata, la bicicleta y el transporte público por sobre el carro particular (con las claras necesidades que existen de que este sea regulado y que sus conductores paguen el costo real de su utilización) no necesariamente es sinónimo de ser un vil enemigo del medio ambiente.

Así las cosas, al Foro Mundial de la Bicicleta fuimos más de 6.000 “peludos resentidos” que no nos limitamos a quejarnos sino que nos movimos y nos fuimos a informarnos, discutir, disentir, lo que sea…

Quejarse es muy fácil y hacer es muy difícil. Lo dice una criticona de primera.

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