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martes, 1 de marzo de 2016

El derecho a la flojera

Por: Ari Santillán (@ari_santillan)

La flojera en los seres humanos es una respuesta natural del cuerpo a situaciones como esfuerzo físico, estrés emocional, aburrimiento o falta de sueño, aunque también puede deberse a infinidad de padecimientos físicos y emocionales. Sin embargo, la flojera de la que hablamos hoy, es esa que nos da después de comer (el “mal del puerco”), después de una intensa jornada laboral –o, todo lo contrario–, después de cumplir ocho “horas nalga” sin haber hecho nada productivo, esa que nos recorre el cuerpo después de caminar para llegar a la parada del bus, a la entrada del metro o a nuestro destino.

Esta flojera que todos, en algún momento de nuestras vidas hemos sufrido –o gozado– y que, en las grandes ciudades, es motivo de discriminación por una infraestructura que ha privilegiado el uso del auto sobre el uso de nuestras energías para transportarnos es de la que platicaremos hoy.

De acuerdo con la Food & Agricultural Organization (FAO), un hombre promedio necesita 2 mil 300 kilocalorías al día, de las cuales consume 168 Kcal caminando durante una hora para transportarse –no como deporte o recreación– tomando parámetros “normales” (terreno llano, a nivel del mar, con clima agradable, en un hombre sano, adulto, de 70 kg y 1.70m de estatura), mientras que un automovilista sólo consume alrededor de 30 Kcal por cada dos horas de conducción.

Además, subir y bajar escaleras representa un consumo energético de 47 Kcal; sí, utilizar un solo puente “peatonal” es más cansado que conducir durante dos horas.

Entonces, ¿por qué el peatón debe aumentar su desgaste físico para que el automovilista no pise el freno –que, en cuanto a consumo energético, es una actividad irrelevante–? ¿La Ciudad de México discrimina con base en la flojera?

La lamentable respuesta es que sí, en esta ciudad existen más de 600 puentes “peatonales” que únicamente benefician a quienes se mueven en automóvil (30% de los viajes diarios) enviando por los aires a esos “estorbosos peatones” que” impiden el progreso y la modernidad al cruzar a nivel de calle”.

Y, justamente, de acuerdo con entrevistas a peatones que no utilizaron un puente peatonal: la primera razón para esto fue la flojera.

Sin embargo, cuando un automovilista es cuestionado por el excesivo uso de su vehículo, seguramente nos contestará con el infalible argumento de: “estoy en mi derecho de usar mi auto si tengo flojera, ¿no?”, y cómo negarle ese magno derecho a alguien que ahorró y se privó de adquirir otros bienes y servicios durante años para poder tener su bólido que lo lleva a tres cuadras, si tiene flojera.

Una rápida revisión a los comentarios en notas informativas sobre incidentes que involucraron a personas cruzando por debajo de puentes peatonales que, en el mejor de los casos nos hacen subir y bajar más de 40 escalones, nos demuestra que el derecho a la flojera no es para todos:

Ojalá sirva de ejemplo y se utilicen de buena manera los puentes peatonales, nada cuesta caminar un poco más por cuidar su vida”.

Y todo por no querer subir por el puente peatonal. Van a tener que poner púas para que no pasen por la calle…

Pues no sé qué esperaba que le pasara por querer cruzar por ahí, sólo por flojo, ni modo”.

“¡Cuántas veces no he visto cruzar gente BAJO un puente peatonal! ¡Me ha tocado ver SEÑORAS CON BEBÉS EN BRAZOS arriesgando las vidas de sus peques por la flojera de subir al puente!

Sí fue culpa del señor atropellado, porque diario paso por ahí y, por flojos, no usan el puente”.

¿Qué clase de ciudades estamos construyendo donde es más importante agilizar el tránsito vehicular que respetar las vidas de las personas que, al usar su cuerpo para transportarse, aportan al ambiente –ya que no contaminan–, a la seguridad –ya que está demostrado que entre más gente haya en las calles, éstas son más seguras– y a la cohesión social –porque es más fácil que dos peatones se detengan a platicar a que dos automovilistas lo hagan–? ¿Cuándo perdimos la brújula que nos decía que las ciudades tienen que estar hechas para nosotros y no para nuestros autos? ¿O estoy completamente perdido y sí, el derecho a la flojera sólo está disponible para quien puede financiarse un automóvil?

Y aún nos sorprende que muchos de los atropellamientos sucedan a menos de 300 metros de algún puente “peatonal”.

¿Enfermos mentales?

Pues hasta ahora, la Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha incluido la caminata como una enfermedad de carácter mental; sin embargo, las decisiones gubernamentales parecieran ir en este sentido, ya que gastar más de millón y medio de pesos para construir un puente “peatonal” que segregue a los andantes del espacio público –cuando un cruce a nivel puede costar alrededor de 800 mil pesos– demuestra la determinación del gobierno para “cuidar” a estos “enfermos mentales”.

Aunque, profundizando un poco más, ¿a quién, en su sano juicio, se le podría ocurrir caminar por una ciudad atascada de contaminación ambiental, visual y auditiva en la que es un riesgo latente ir a pie – en 2013, 56.4% de las defunciones en incidentes de tránsito fueron peatones– y existen alrededor de 5 millones de vehículos? ¿Quién podría pensar que caminar en la Ciudad de México es “normal” con esos imponentes segundos pisos, autopistas urbanas, vías de más de 10 carriles y banquetas, a veces, inexistentes?

¿No es mejor democratizar “el derecho a la flojera”? ¿Qué harían los automovilistas si fueran multados por utilizar su vehículo para trayectos menores a 10 km? Peor, ¿qué les parece si enviamos a la cárcel sin derecho a fianza a cada automovilista que, por flojera, utilice su vehículo?

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